martes, 24 de mayo de 2011

Caminos marcados

Parece que no, pero mi vida mola.

Ahora mismo estoy sentada en un sillón rojo, muy cool, en una terraza sobre el campus universitario, tomándome un capuchino y fumándome un cigarro mientras escucho música en mi portátil blanco.

Y supongo que diréis, a pesar de las pocas entradas que llevo en el blog: ¡Qué cambio de estilo, chica!
Pues nada de eso. La razón del cambio de tono repentino y momentáneo se encuenta escondida en el párrafo anterior, y os explicaré las casualidades que me han llevado hoy hasta aquí.

Esta mañana, como muy a menudo me sucede aunque no conozca muy bien el porqué, he vuelto a formatear mi laptop, y mientras se instalaba la distribución e incluía los "restricted extras" de ubuntu sin los que, como todo buen geek sabrá, no podía reproducir mis archivos mp3, decidí, en vez de pasar Gb's y Gb's otra vez al portátil, ponerme a buscar entre mis antiguos cd's y he descubierto un "Varios" que grabé cuando tenía como 13 años, pues ya ves truz....

Gracias a una ¿bonita? coincidencia decidí poner en primer lugar (¿o se ordenó alfabéticamente?) Summer Sunshine de The Corrs.

Pues bien, nada más empezar a escribir la entrada me dí cuenta de varias cosas; unas me han asustado mucho, de nuevo, y otras me han alegrado enormemente.

Empecemos por las buenas. Me acordaba de los momentos que esta canción pasó conmigo, de los libros que he leído escuchando las canciones instrumentales del grupo, de los lugares en los que estaba mientras las escuchaba, de lo que admiraba el estilo de los hermanos, de que he crecido con cantantes más o menos buenos, y he tenido la suerte de no haber sido víctima de un lavado de cerebro, o al menos musical (espero).

Sin embargo, siempre se ha hablado del poder de la música, y lo corroboro como lo hacía antes y probablemente haré mañana, pero, todo lo que tiene poder sobre nosotros sin que podamos a penas darnos cuenta es SIEMPRE algo peligroso. Pongo un ejemplo de catastróficas desdichas:

Una mujer de negocios se levanta una mañana temprano, con su mente fría y calculadora despierta. Se toma un café, se viste de manera impoluta, entra en su descapotable elegantemente negro, se pinta los labios y ajusta el retrovisor interior, arranca, pone la radio. Sin que lo hubiera esperado suena la misma canción que he citado en el post, que casualmente es también una canción que le trae muchos recuerdos. Su mente empieza a ser soñadora, ve la vida de color de rosa, empiezan a invadirle delirios de libertad, y, finalmente, llega a la Bolsa de Madrid.Como cada mañana tiene que decidir en qué acciones va a invertir, o en qué empresa va a dejar de creer. Y en estas circunstancias, se le acerca un chico con sonrisa celestial y le habla de la empresa que están llevando a cabo el y sus amigos. Sin haber activado aún su mente crítica, y dejándose llevar por su buen humor, la mujer de negocios "va a por todas" y decide invertir lo que le queda de dinero en la empresa del amable chico.Semanas después, la empresa que aún  ni había despegado, y que desde el primer momento tuvo serias grietas en su base, quiebra. La mujer pierde gran parte de sus ganancias y tiene que renunciar a su pintalabios y su descapotable.

Conclusión: Todo lo que te controla, te controla.
P.D: Elu, tu vida ni mola ni deja de molar.


Histérica

martes, 17 de mayo de 2011

Experimento #1

Siempre me ha encantado probar cosas raras, como, no sé, intentar diseccionar avispas, hacer calendarios gigantes, intentar hacer que los vaqueros parezcan más gastados usando piedras..... Un montón de estupideces varias.
Y también desde hace tiempo (más bien desde siempre) se me da fatal eso de analizar personas, por ejemplo para saber si me están mintiendo o no. Soy un completo desastre en las relaciones sociales en general. Pero sin embargo, soy buenísima averiguando cómo acabaran las películas malas (cosa a primera vista puede parecer fácil).

Así que este va a ser mi Experimento #1:


Simplificarás a las personas como si fueran películas, para, por cuestión de práctica, hacerte más hábil en el terreno social. Y dentro de un mes puntualmente, publicarás el resultado de la práctica. Si no hubiera dado tiempo a llevarlo lo suficientemente a cabo, al mes siguiente volverá a haber una actualización de la entrada; y así sucesivamente hasta que se dé un resultado.



Edición posterior: Creo que esto no ha servido de mucho, en cualquier caso, ha mejorado mis expectativas ante individuos que estaba a punto de conocer en mayor profundidad. Éstas han sido más fieles a la realidad y menos expectantes.


Firmado y sellado:
Histérica

martes, 10 de mayo de 2011

Restaurante chino

Esa tarde estaba siendo una de las más tediosas que recordaba, mi móvil no sonaba y nadie me dirigía la palabra. Parecía como si el mundo se hubiese confabulado en mi contra para hacerme saltar desde la azotea sucia de un edificio alto de ciudad.
Las nubes daban una falsa sensación de tranquilidad en el cielo azul brillante, y eso no hacía más que aumentar mis ganas de vomitar realidad. El trabajo se me acumulaba en la mesa de la oficina, las tazas usadas lo bañaban todo en café, los folios arrugados, la tinta esparcida, los correos sin leer, el agotamiento, las arrugas de la ropa usada durante toda la mañana, el impoluto desorden que impregnaba todo a un kilómetro a la redonda con epicentro en mí, todo, todo me parecía ahora tan vano y molesto como pudiera haberlo sido para una persona feliz un gato que decide colarse en casa y arrasarlo todo.
La tensión tenía en ese momento un extraño efecto en mí, era como si, en vez de localizarse en mi cuerpo, se hubiere arremolinado a mi alrededor, dejándome respirar, pero sin perder mi control. A pesar de que pudiera parecer derrotado, nunca quise mi mal, y en esta ocasión no iba a ser menos. Recogí mis cosas con toda la prisa que pude, me arreglé levemente la corbata y el pelo, conté el dinero que tenía en el bolsillo, y con una sutileza felina, me desvanecí por la puerta de mi despacho, que no olvidé de cerrar bien.
La calle no se veía diferente que desde la ventana, de hecho se veía mucho menos real, mucho menos tangible, mucho más volátil. Aún así hice caso omiso a los pálpitos de mi mente que me impulsaban a dejarlo todo y marcharme a ningún lugar, y me dirigí hacia el chino del final de la calle. Tardé al menos 10 minutos en poder avanzar entre sus puertas de imitación.
Todo dentro era prefabricado, todos los restaurantes chinos tienen los mismos muebles, el mismo olor, la misma comida, los mismos precios. Incluso son los mismo chinos los que trabajan en todos los restaurantes chinos del mundo, bueno, a excepción de los de China, y de los caros, claro. De todos modos, era MI restaurante chino; creo que de hecho que allí fue donde llevé por primera vez a cenar a mi ex-mujer, pero basta de sentimentalismos, esto no va de eso.
La camarera, con sus andares asiáticos, se acercó a mí con la liviandad y la sonrisa de quien no tiene miedo al miedo porque no sabe lo que es el miedo. Me preguntó de forma graciosa "¿Qué desea el señol?", y tras señalarle el mismo plato de siempre, se alejó con el pedido y los cubiertos que sobraban en la mesa.
Cuando uno de sus hermanos, maridos, mafiosos o lo que fuera que fuese aquel otro chino me dediqué a imaginar que era crítico de cocina:
"El bambú está un poco crudo. La salsa de soja demasiado intensa. El arroz no está en la cantidad indicada. La ternera no es fresca. Yo hubiera añadido algo de pimienta. Los palillos no son nuevos. Tengo la sensación de que el pan de gamba está reutilizado de lo que sobra de otras mesas...."
En fin, creo que no podía pedir nada más de un menú de 6 euros y 95 céntimos. El servicio seguía siendo automático, y tengo la corazonada de que, si hubieran podido elegirlo, aquella tarde no me hubieran atendido ni en el más necesitado de los bares de poca monta.
Sin embargo, era consciente de que todo aquello, toda esa parafernalia que colgaba de los andamios del teatro del mundo no eran más que producto de mi mente, de mis ojos y de mi maldito corazón punzado por el dolor que yo mismo me había infringido, y que, sin embargo, seguía aceptando a pesar de todo.
Después de ese, a mi parecer, desastroso primer plato, llegaron unos, en apariencia, estupendos fideos chinos.
Una vez más, y por segunda vez en menos de 10 minutos, se me presentó la oportunidad de volver a juzgar el trabajo que otro había puesto en mis narizes, pero, simplemente, no me apetecía. Y tras los fideos vino el helado frito que me tragué con disgusto.
Después de aproximadamente 20 minutos, me acerqué a la rasgada chinita que me había atendido al principio. Me rasqué las monedas del fondo del bolsillo y salí por la puerta arrastrando en mis suelas pegajosas el olor penetrante de comida china envasada, cual judío de camino a Auschwitz, en tapers de pseudo plástico que permiten en los aeropuertos.




Hísterica

jueves, 5 de mayo de 2011

Sobre la naturalidad y el artificio I

Es un hecho en la vida, que toda cosa que existe tiene al menos dos caras; la que se ve y la que no.

Muchas veces he pensado sobre esa faceta que le enseñamos al mundo: Cualquier animal, por insignificante que sea, cualquier persona con la que compartimos un segundo en la calle, cualquier objeto capaz de trasmitir a otros seres tu aspecto, como una cámara. Todo, absolutamente todo lo que ha pasado alguna vez por nuestra vida a recibido una imagen de nosotros, en mayor o menor medida.

Especialmente me interesa la manera en que cambiamos el modo de mostrarnos a los demás. He aprendido con el tiempo que una persona puede o no presentarse al mundo tal y como es, según elección propia; eso es algo que me llamó muchísimo la atención. No podía explicarme como una persona, inconscientemente, variara y distorsionara su propia proyección de una manera tan relajada.
Para mi siempre había sido sumamente importante ser fiel a mis principios, y mostrarme tal y como era, intentando en la medida de lo posible no cambiar mi esencia.

Sin embargo, a medida que me iba dando cuenta del ciclo de cambio en la vida, mis principios empezaron a tambalearse. Si la gente cambiaba de forma natural ¿No sería antinatural evitar ese cambio? Pero, y había un gran pero, si me "traicionaba" a mi misma me sentiría sumamente frustrada, porque no todo había salido como yo planeaba, y rendirme me resultaba parecido a esa horrible resignación en la que se suelen apoyar las personas mayores. En cierta manera, sí que es resignación, aunque no tal y como yo la recordaba. Conforme te vas haciendo mayor, vas notando que la vida es contradictoria y bonita, y no tienes nada que hacer contra ello.


Y entonces, si sucumbíamos al cambio, ¿Dónde quedaba la esencia? ¿O es que la esencia es el cambio?
Independientemente de cuales fueran las respuestas a estas preguntas seguía habiendo algo que no cambiaba, y es que todo da una imagen al mundo, cual tributo. En términos humanos, solemos tomar dos posturas, que no suelen ser radicales, sino que en mayor o menor medida tenemos de las dos.

Como si se tratase de un medidor eléctrico, me mente, sin quererlo, pasó de un extremo a otro, como para analizar la inmensidad del cambio que sospechaba. Pasé muchas etapas, muchos cambios, muchas visiones de mi misma, muchas veces más influida por mi entorno que por mi misma. Y entonces volvía estar tan perdida como al principio, pero sin principios. 

En resumen, parecía que había que elegir entre la naturalidad y el artificio, ambas significando ambas.


Histérica