lunes, 21 de noviembre de 2011

¿Cómo...?

Me pregunto muchas cosas ahora mismo, una de ellas es precisamente cómo empezar esa entrada, aunque como verás, histéric@, esa pregunta ya es incongruente. ¡Pero eso no es lo que quería decir! Y es que siempre me hago un lío, porque cierto es que se me entremezclan mil hilos cuando intento llevar la conversación.

Ahora mismo, como ya habrás podido decidir mi estado consciente es casi inexistente. Mi estilo al escribir está en esencia, pero mis palabras no son las mismas, parezco otra, o al menos me da la sensación de ser otra, y el tema de mi entrada no es ni más ni menos aquello que me hipnotiza hasta tal punto que reduce mis 6 sentidos a tan sólo uno.

Por mis oídos entra algo para lo que mi vocabulario escaso no tiene sustantivo con que definir. Tú podrías decir que es un sonido, puesto que estoy hablando de mis oídos, sin embargo, ¿cómo puedes afirmar que es sólo eso? ¿¡De verdad!? Es simplemente imposible....

Hablo de un piano; de un pianista al que se le escapa el alma por las yemas de los dedos. Es como si te regalara todo lo que es porque sí, sin más.
Hablo de una voz rajada encadenada con un verso traído de un bosque maldito y tallado por el mejor de los ebanistas al que de vez en cuando acompaña la sutil compañía de la mejor seda.

Hablo de una canción. Hablo de mi estado tembloroso, tiemblo ante la idea de que de algo que todo el mundo ve vulgar, ordinario, grosero un ente de este planeta haya sido capaz de hacer aflorar una obra de arte. Porque aún me maravillo de la existencia de esas mentes brillantes...

Hablo, por supuesto, de Una canción para la Magdalena, de Joaquín Sabina.






Lady Marion por Defecto

No hay comentarios:

Publicar un comentario