domingo, 2 de octubre de 2011

Gran impacto...




Vives la vida. La vida te vive a ti, o, mejor dicho, y, en resumidas cuentas: cada uno intenta estabilizarse por ese cable que cruza las torres de Notre Dame de París.




Cada día das una pincelada del siguiente movimiento a realizar, creyendo, firmemente, que todo está asegurado, a pesar del viento que mece tu equilibrio de forma malintencionada. Todo está en línea recta, en realidad no tiene por qué ser complicado, no es necesariamente un camino que debas recorrer a gran velocidad; puedes tomarte tu tiempo.

Luego descubres, casi de una manera ficticia, que otros cables, con otros funambulistas, surcan el espacio infinito entre las torres de la catedral; y tu cable se cruza con mucho otros cables; y tu funámbula vida se cruza con otras muchas funámbulas y llega un punto en que te das cuenta de que has perdido el norte, que has perdido tu cable, que ya no sabes ni de donde has venido ni a donde vas. Es en ese momento cuando el viento sopla más fuerte que nunca y que, de repente, surge de forma natural un calor que hace que los funambulistas, con sus mentes de fructífera imaginación, se unan en un abrazo común. Hacen un cúmulo que aguanta el viento, y la tormenta que viene después. Sus trajes, de colores brillantes antes, se encuentran ahora totalmente apagados y pegados a sus pieles. Son los impuntuales relámpagos los que alumbran la escena.

Luego llega la calma. Los funambulistas se sonríen unos a otros, se despiden, lentamente, y cada cual sigue el camino que cree propio.

A veces pasa algo extraño, dos funambulistas van por el mismo cable, pero, no van uno detrás del otro, u otro detrás del uno; sino que, uniendo sus brazos opuestos, parecen hacer un triángulo que avanza de forma, cuanto menos, peliaguda. Por supuesto, todos hemos acompañado a algún o alguna funambulista a casa, pero hacerlo por tiempo largo es algo que duele; ya sabes, uno hace el contrapeso del otro, y el otro hace el contrapeso del uno, ¡imagínate cómo tienen que tener los pobres los brazos opuestos!
Eso sí, seguro que con sus brazos libres, con sus dedos en la infinidad de la noche, quieren rozar la libertad. Hay funambulistas que obligan a sus acompañantes a ir con las dos manos unidas.
Yo tengo un funambulista, que camina por un camino que hemos inventado, que roza con sus dedos la infinidad de la noche y la libertad, al igual que yo lo hago.

Pasa a veces que las tormentas son muy grandes; yo he estado a punto de caer al vacío, y morir en la puerta de la catedral, con el maquillaje de payaso convertido en un espectro, con las ropas rasgadas, con los órganos esparcidos por las escalinatas de Notre Dame de París.
Pero tengo un funambulista que conoce la doctrina de la Física, y, con unas ecuaciones mentales, ha sabido hacer el contrapeso justo para evitar mi muerte a corto plazo.


Hay pocos funambulistas, pero te invito a subir aquí arriba, con los vientos, con las nubes, como Philippe Petit.



Sentí un gran impacto al reponerme. Como mis zapatillas de equilibrista volvían a estar en contacto con el acero del cable en el que se suponía que tenía que seguir montada. Luego vi una mirada, oí y sentí cómo la sangre fluía en la mano que me aferraba al hilo que me separaba del precipicio, del suelo, del impacto. Pero yo ya había tenido mi impacto:
Tú eres mi gran impacto.



Att. Lady Marion Por Defecto

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