miércoles, 19 de octubre de 2011

Relato I

Desperté sin ganas de enfrentarme al nuevo día, sobre todo después de lo ocurrido la noche anterior. Las sábanas, fortaleza contra todo mundo exterior, me cubrían de pies a cabeza. El pelo me cubría la cara y un calcetín se me había perdido entre el mareo de la cama. Sabía que en algún rincón de la habitación aún subyacía mi orgullo, acurrucado, seguramente, en alguna sombría esquiva esquina.

En mi cabecita se arremolinaban bucles de síes y noes, constantemente.

-¡Acéptalo!

-¡Olvídalo!

-¡Déjalo pasar!

-¡Cállate!

No podía parar de gritarme a mí misma el destrozo que acababa de hacerme. Mis ansias autodestructivas, subyacentes a mis ansias creativas, me habían hecho hacer lo de siempre, caminar en espiral; como hago siempre una y otra vez. Una y otra vez. Entonces me paré en seco, paré por un instante la rotación y translación del mundo, mi corazón se paró, paró mi respiración y las ondas del sonido, que se expanden, se pararon también. No sé que pasó; estaba en la calle.

Como cada día, se me había olvidado el complemento adecuado; hoy era una muy justificada excepción. La ausencia de mi paraguas hacía que las gotas de lluvia corriesen por mi cara resbalándose vertiginósamente en sentido de la gravedad, hacia mi cuello. Yo andaba. Parecía como si mi decisión inconsciente hubiese llevado el control de la situación en todo momento, como intentando decirme lo que en el fondo yo ya sabía; como era de esperar.

Me planté en la oficina. Recorrí las escaleras del edificio empapada, pero hermosa. Llegué al buffete donde trabajaba. Entré sin saludar a nadie. Abrí la puerta del despacho del socio mayoritario, le expliqué qué era lo que se cocía en sus calderas, le expliqué en qué me había visto envuelta el día anterior, le expliqué que sabía que no iba a creerme y le expliqué también que acababa de perder a una de las mejores abogadas que iban a pasar por allí. Él no movió ni un dedo; se sabía los resquicios legislativos el cabrón. Que le jodan.


Lady Marion por Defecto

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