jueves, 20 de octubre de 2011

Relato II


Condenados por tortura dos policías en Barcelona

El perro aullaba en el patio, estaba ansioso por salir a dar un paseo. La chica corría de un lado para otro repitiéndose mentalmente “llaves”, “cartera”, “móvil”, “cascos”, “llaves”, “cartera”, “móvil”, “cascos”, “llaves”. El perro seguía ladrando allí en el patio.

-¡Ya va Tow! ¡Deja de ladrar que me echan del bloque, joder!-.

Siguió merodeando hasta que consiguió recopilar sus cosas, se puso una sudadera y entonces consiguió, no sin una lucha amistosa, ponerle la correa a Tow, para salir a las calles de una suburbial Barcelona.

La chica pasaba desapercibida en aquellos ambientes, porque había de todo en aquellos ambientes, así que no tenía ningún problema con nadie. Normalmente vivir allí implicaba tener un pasado oscuro y era cierto que ella lo tenía, pero en un sentido mucho más complicado de lo que cualquiera que la rodeara pudiese comprender algún día; ni aún incluso el día en que le llegase la muerte.

La música fluía por los cascos; como siempre había de todo en su reproductor, pero ese día, en que el sol del atardecer había hecho un juego de magia con las nubes, todas las notas y las estrofas parecían salir de la alegría misma.

Tow estaba ansioso por jugar, aunque estaba ya mayor. La chica se lo llevó lejos, tanto de hecho que, aunque parezca increible, encontró algo de campo. Ella cantaba y cantaba, mientras le tiraba un palo a Tow que corría como un condenado hacia él y luego volvía para enzarzarse en una pelea con ella; había que averiguar quién era el más fuerte.

Cuando volvían a casa, inspeccionando el campo, vieron a dos burros, ella, sin poder evitarlo, y después de llevar todo el camino cantando les dijo:

-¡Hola amigos! Estoy encantada de conoceros, y para ofreceros mis respetos, además de cantaros, voy a bailar tanto para vosotros como para Tow-.

La chica se puso a bailar y a cantar en el campo durante toda una canción. Los burros la miraban, de vez en cuando comían; Tow la esperaba tumbado en el suelo. Entonces aparecieron ellos, dos policías, probablemente avisados por los dueños de la finca, que habían visto a una chica de malas pintas actuar de forma rara frente a su parcela. Habrían pensado que estaba drogada.

Ellos no pidieron explicaciones. La intentaron meter en el coche tirándole de las rastas, dándole patadas y golpes en la cara, ella se intentó defender, pero sólo le hicieron más daño, mucho más, de hecho. La amenazaron con inventarse que iba drogada para ponerle cualquier multa, mientras la insultaban, a cambio de que les dijese qué estaba haciendo allí, qué planeaba robar. No entendían lo que era dar un paseo con un perro. Le pusieron las esposas y la llevaron a comisaría sin ninguna explicación más. Tow se quedó ladrando con los dos burros.

Al llegar al edificio alguien con pudor me dijo que podía hacer una llamada. Yo sabía moverme, aunque no lo pareciera. Yo conocía mis derechos, aunque pareciera una descerebrada llena de coca. Estaba decidida a dejarlos sin trabajo, probablemente hubiera perdido a Tow para siempre, me habían hecho mucho daño. Además, para ser sincera, si ellos tenían que velar por la seguridad de niños pequeños, prefiero que estén entre rejas.

Poco después en el periódico salía este titular “Condenados por tortura dos policías en Barcelona”.

Lady Marion por Defecto

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